miércoles, 9 de febrero de 2011

El Círculo





Mi madre sintió orgullo
ignorante de todo, animalmente genuina.
Confiada de abrir un hueco, 
entregada a una misión,
que no pudo más,
que perderse inútilmente, 
bifurcándose hasta desgarrar el amor.
Fue necesario un siglo
de moñas y cumpleaños
para que todo sea evidente.
Igual que ayer,
nacimos mudos nuevamente hoy,
ausentes de padres y perros amables.
Aquí, ahora, en esta cama, 
recién paridos, 
mejor es dejar a las espaldas que se despidan,
en calma, sin pretensiones.
Brotamos reincidentes de un agujero de palabras,
para olernos las caras
y perdernos, 
muertos de hambre
chicatos de ideas
decepcionados de haber sido, solo esto.
No vamos a salvarnos, nada de maravillas, no somos.
Que pena para nosotros.
Vergüenza de todos aquellos que debemos mirarnos así;
bicho poco extraordinario de la especie, 
casi lagarto, gusano, 
casi mariposa, pájaro.

Evidencia

Miro por la ventana.

No veo nada.

La noche no tiene la culpa,

eso sería fácil

una explicación feliz

de las que me gustan

de las que digo cuanto miento.

Pero no me gusta mentir.

Así que digo la verdad: son las doce del medio día

Por la ventana solo se ve negro.

Es un negro africano, pura raza, firme.

Que no aprieta lo que debería,

que no viene a estrujar donde pido que estalle.

Entonces miro por la ventana

No hay nada.

No se ve

ni África,

ni árboles,

ni la calle que debería estar exactamente donde no hay.

Nada nuevo.